¿Qué es la literatura?

Pertenezco a ese pequeño grupo de marginados sociales fascinados por la cultura y seducidos por las letras cuyos planes perfectos suelen acercarse peligrosamente a un sofá o butaca, un libro entre sus manos y una taza de café o de té sobre la mesa.  Soy de esas pocas personas que pasan horas y horas sumergidas entre las páginas de un libro, navegando entre historias, países, culturas y personajes. Adoro la incertidumbre que me ofrecen las novelas negras y policiacas, el conocimiento que me aportan las obras históricas o filosóficas, la pasión del drama y la tragedia, el espíritu crítico del ensayo y la autobiografía, el entretenimiento evasivo de la novela de aventuras o fantástica, la fuerza del teatro y la expresividad de la poesía. Me gusta leer, me gusta aprender y me encanta viajar. Soy nostálgica en el sentido romántico, en invierno añoro un gato sobre mis pies, en verano el canto de los jilgueros, pero siempre un libro sobre mis manos. Cuando me preguntan cuál es la utilidad de la lectura en un mundo tecnológico suelo decir que es recordarnos que seguimos siendo humanos. Olvidamos que antes de nosotros hubo otros muchos y esos otros muchos tenían bastantes cosas que decir. Leer no es solo evadirte, ni tampoco es solo entretenerte. Leer significa aprender, ser conscientes de que nuestra cultura no es ni más ni menos especial que otra y que nosotros no somos mejores ni peores que nadie. Leer significa también conocer la tradición que nos precede y que ha llevado a ser lo que hoy en día somos, es dejar que toda la reflexión acerca de la humanidad y de la existencia nos acoja y por otro lado nos abrume. Nadie ha dicho nunca que la lectura fuera solo placentera, es bien sabido que genera una cierta angustia ante lo desconocido. Leer es siempre reflexionar sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Un libro nos acerca a la alteridad, nos da a conocer al otro y nos permite mantener una actitud crítica frente a nuestra propia visión del mundo. Un libro nos acerca al conocimiento, es ante todo didáctico, desde el momento en que se forja en una lengua y adquirimos sus reglas y normas, hasta la finalidad formativa de obras como la enciclopedia. Un libro es un arma de cambio, tanto cultural como ideológico, las grandes renovaciones culturales y las grandes revoluciones políticas han ido siempre acompañadas de obras literarias y de manifiestos. Un libro es peligroso porque nos confronta con el status quo, gracias a él dudamos de todo lo establecido, cuestionamos lo incuestionable y abarcamos lo inabarcable. Leer es evolucionar porque cada letra impresa en el libro transforma la realidad en la que vivimos, transformándonos a nosotros mismos. Adentrarte en un libro es una aventura ya que nunca sabes cómo vas a salir de él. Leer es una terapia psicológica y Freud era muy consciente de ello, nosotros los marginados culturales también lo somos y por eso sabemos que una obra puede cambiar nuestro estado de ánimo en segundos y que un personaje puede liberarnos de todo el peso que llevamos encima. Cuando me preguntan de qué sirve la literatura suelo decir que nos pone en evidencia a todas esas ciencias objetivas. Toda la pretensión objetiva de los métodos científicos cae por su propio peso si observamos la literariedad de sus textos. La objetividad no existe como tal en tanto que es un sujeto  único el que escribe un texto concreto. En la propia selección gramatical o léxica de todo texto hay ya un primer filtro subjetivo infranqueable. La literatura o mejor dicho, la teoría y la crítica literaria en su estudio literario, reflexiona filosóficamente acerca de todo texto escrito y por escribir, de todo género, de toda clase. Cuando me preguntan qué es la literatura suelo afirmar que la literatura es todo. Es la historia de la humanidad, su filosofía, su conocimiento, su arte y su cultura, es su ideología y su política, su lenguaje y por tanto su esencia misma. El lenguaje es la vía por la que el hombre muestra su determinación social, ideológica y filosófica. El lenguaje estructura nuestra concepción del mundo y es por ello que la identidad cultural suele ir siempre vinculada al lenguaje mismo de la comunidad. Todo eso y más es la literatura, si pudiéramos analizar su importancia y su utilidad necesitaríamos poder abarcar todas y cada unas de las obras habidas y por haber, necesitariamos un libro total (como el de Mallarmé), puesto que la humanidad siempre ha necesitado de una vía para poder expresar todas sus cuestiones existenciales. Yo, como nostálgica, dejo para aquel que quiera leerlo la reflexión de Sartre acerca de la literatura. Y a partir de aquí que cada uno saque sus conclusiones.

Hay que recordar que la mayoría de los críticos son hombres que no han tenido mucha suerte y que, en el momento en que estaban en los lindes de la desesperación, encontraron un modesto y tranquilo puesto de guardián de cementerio. Dios sabe si los cementerios son lugares de paz; nada hay más apacible que una biblioteca. Los muertos están ahí: no han hecho más que escribir, se les ha perdonado hace tiempo el pecado de vivir y, por otra parte, no se sabe de sus vidas más que por otros libros que otros muertos han escrito sobre ellos. (…). El crítico vive mal, su mujer no le estima como debiera, sus hijos son ingratos y los fines de mes resultan difíciles. Pero siempre es posible entrar en su biblioteca, tomar un libro de un estante y abrirlo. Se escapa del libro un leve olor a cueva y comienza una extraña operación que el crítico ha decidido llamar la lectura. Por un lado, es una posesión; se presta el propio cuerpo a los muertos para que puedan vivir de nuevo. Y, por otro lado, es un contacto con el más allá. El libro, en efecto, no es un objeto, ni tampoco un acto, ni siquiera un pensamiento: escrito por un muerto sobre cosas muertas, ya no tiene lugar en este mundo ni habla de cosas que nos interesen directamente; abandonado a sí mismo, se encoge y se hunde, convirtiéndose en meras manchas de tinta sobre papel mohoso. Y, cuando el crítico reanima estas manchas, cuando hace de ellas letras y palabras, éstas le hablan de pasiones que no siente, de iras sin objeto, de temores y de esperanzas difuntos. Se ve rodeado de un mundo inmaterial en el que los sentimientos humanos, como ya no emocionan, han pasado a la categoría de sentimientos ejemplares y, para decirlo con claridad, de valores. De este modo, el crítico se convence de haber entrado en relación con un mundo inteligible que es como la verdad de sus amarguras cotidianas y al razón de ser de las mismas. Piensa que la naturaleza imita al arte como, según Platón, el mundo sensible imitaba al de los arquetipos. Y, mientras lee, su vida cotidiana se convierte en una apariencia. Es una apariencia su mujer agriada y es una apariencia su hijo jorobado. Y serán salvadas porque Jenofonte ha hecho el retrato de Jantipa y Shakespeare, el de Ricardo III. Para el crítico, es un placer que los autores contemporáneos le hagan el favor de morirse: sus libros, demasiado crudos, demasiado vivos, demasiado apremiantes, pasan al otro lado, conmueve cada vez menos y se hacen cada vez más hermosos; después de una breve permanencia en el purgatorio, van a poblar el cielo inteligible de nuevos valores. Bergotte, Swann, Siegfried, Bella y M. Teste: he aquí adquisiciones recientes. Se está esperando a Nathanaël y Ménalque. En cuanto a los escritores que se obstinan en vivir, lo único que se les pide es que no se agiten demasiado y procuren en adelante parecerse a los muertos que serán (…) A lo sumo, el crítico profesional organizará entre ellos diálogos infernales y nos dirá que el pensamiento francés es una perpetua conversación entre Pascal y Montaigne. Con esto no pretenderá hacer a Pascal y Montaigne más vivos, sino a Malraux y Gide más muertos. Cuando, finalmente, las contradicciones internas de la vida y de la obra hayan dejado a ambas inutilizables, cuando el mensaje, en su profundidad indescifrable, nos haya enseñado estas verdades capitales: que ‘el hombre no es ni bueno ni malo’, que ‘hay mucho sufrimiento en una vida humana’ y que ‘el genio no es más que una larga paciencia’, se habrá alcanzado el objetivo último de esta cocina fúnebre y el lector, dejando su libro, podrá decir, con el ánimo en calma: ‘Todo esto no es más que literatura.’

SARTRE, Jean-Paul (1948): ¿Qué es la literatura?. Buenos Aires: Editorial Losada, 2003.

 


 

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