Si algo caracteriza lo que
Lyotard acuñó con el nombre de “posmodernidad” en su obra La condición posmoderna es el fin de los enormes mitos, de las
grandes revoluciones, de la esperanza en una sociedad justa e igualitaria, si
la posmodernidad tiene algo definitorio es el fin de los grandes metarrelatos. La
cultura moderna ha tocado fondo y Lyotard es el encargado de hacer resonar su
estrepitosa caída.
"Cosmovisión rebelde de la ciudad posmoderna" (2007)
Cosmovisión rebelde de la ciudad posmoderna
Cosmovisión rebelde de la ciudad posmoderna"
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El antiguo humanismo ilustrado ha dejado de tener sentido. Auschwitz ha dilapidado la fe en aquel ideal hegeliano llevado a su máximo extremo por el nazismo. Marx tampoco se sentiría mucho mejor si supiera del fracaso de su proyecto. La antigua utopía colectiva ha perdido su sentido. Ya ni se sabe ni se puede saber nada, todo se vuelve relativo, no hay nada fijo ni tampoco nada estable.
El individuo
posmoderno se ve incapaz de comunicar nada aún cuando tiene unas posibilidades
enormes de transmitir información. La heterogeneidad ha ganado el terreno. Lo moderno había tenido
siempre unidad, un afán explicativo de la realidad. Lo posmoderno pierde esa
unidad, se vacía de contenido, se pierde la búsqueda de lo nuevo porque todo
está ya escrito, únicamente nos queda la reconstrucción o la repetición
infinita de lo ya dicho. Poco a poco la modernidad va agotándose en sí misma y
dando paso a la sociedad posmoderna. La misma Europa ha
perdido su unidad. El multiculturalismo atraviesa el modelo europeo central y
unitario y lo resquebraja. Lo europeo deja de ser un modelo a seguir o a
imponer, todo es ya igual de válido. La crisis posmoderna es una crisis que
ahoga a todo Occidente, es ante todo una crisis de valores que arrasa con la
tradición. La cultura y el hombre posmoderno se tornan pluriculturales.
Si bien la cultura
moderna fue percibida como una postura provocadora, rupturista y “anti”, ahora,
la cultura posmoderna se configura a sí misma como parte del sistema,
reproduciendo o reconstruyendo la producción pasada. Si nos paramos a pensar
vemos que estamos ante una lógica puramente capitalista, la cultura es ahora un
objeto de consumo. El capitalismo ha ocupado el legado de los grandes
metarrelatos anteriores convirtiéndose a sí mismo en una figura metafísica.
Figura que Lyotard deja fuera de sus límites de análisis. Si bien es verdad que
el metarrelato del capitalismo no está acabado, ya no sabe cómo legitimarse.
Pocos individuos creen ya en aquella premisa de “todos nos enriqueceremos”.
La crisis de la comunicación es la característica principal
del mundo posmoderno. La posmodernidad explota el lenguaje gracias al
desarrollo de las “media” y las técnicas de la información. El lenguaje se
convierte en mercancía. Se crea un mercado de información y saber, el
conocimiento será producido para ser vendido. El sujeto queda al amparo de los
medios de comunicación, de la televisión o de internet, deja de pensar por sí
mismo. La persona queda
difuminada en el sistema, en la masa y deja paso al individuo. Un individuo
falto de valores, egoísta, encerrado en sí mismo y en una lucha constante por
su realización individual. La alteridad se difumina, el otro queda aparcado, ya
no es necesario. La propia relación entre sujeto y
objeto se parecerá cada vez más a la relación entre vendedor y consumidor. La
realidad pierde así parte de su solidez y comienzan a difuminarse sus contornos
a no distinguirse de la fantasía que poco a poco lo va impregnando todo.
La posmodernidad acrecienta los
valores hedonistas, enfatiza la realización personal, el narcisismo, la
acumulación de información; pero se olvida de los valores éticos y de los
contenidos. La apatía y la indiferencia reinan entre la sociedad posmoderna, se
pierde la credibilidad de las instituciones, el compromiso emocional con los
demás. El sujeto no tiene nada nuevo que decir, se encuentra perdido.
Jean-François Lyotard |
Lyotard anuncia y pone sobre la mesa el fin de lo moderno, la construcción de algo nuevo, algo que acabará tildando de proceso cíclico para lavarse las manos antes las continuas críticas hacía su obra. Si estamos o no en un proceso cíclico no podemos afirmarlo, aún no hemos tenido tiempo suficiente para digerir la crisis de toda una tradición, de toda una forma de entender el mundo. Podemos afirmar sin embargo que estamos ante algo que ya ha dejado de pertenecer al mundo moderno.
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